La dopamina, a menudo conocida como el neurotransmisor "para sentirse bien", juega un papel crucial en el sistema de recompensas de nuestro cerebro. Se libera cuando experimentamos placer, motivándonos a repetir comportamientos que conducen a resultados positivos. Hay muchas vías de recompensa que implican la liberación de dopamina y todas se activan al predecir o experimentar un estímulo gratificante. Por eso las redes sociales tienen un potencial adictivo tan grande.
Al recibir un “me gusta”, al ver una publicación que nos gusta mucho, al recibir una notificacion o un comentario sentimos un refuerzo de dopamina, y el refuerzo constante que sucede cuando estamos usando las redes sociales puede conducir a un ciclo de uso compulsivo a medida que nuestros cerebros buscan estos pequeños golpes de dopamina.
El bucle de retroalimentación de dopamina en las redes sociales es un mecanismo complejo que hace que los usuarios vuelvan por más. Este bucle comienza con una acción, como publicar una foto o una actualización de estado, que crea anticipación para una respuesta. Cuando esa respuesta viene en forma de "me gusta", comentarios o acciones, el cerebro libera dopamina, creando una sensación de placer y satisfacción.
Esta sensación placentera motiva a los usuarios a repetir el comportamiento, lo que lleva a más publicaciones, más comprobación de respuestas y, en última instancia, más tiempo en la plataforma. Las empresas de redes sociales se han convertido en expertas en explotar este bucle, incorporando características específicas diseñadas para desencadenar la liberación de dopamina.
Por ejemplo, en una entrevista con 60 minutos, Ramsay Brown cofundador de Dopamine Labs explicó que los algoritmos de Instagram a veces retienen los "me gusta" para mostrarlos más adelante en mayores cantidades.
Uno de los desencadenantes más poderosos es el concepto de refuerzo intermitente. Esta es la idea de que las recompensas son más adictivas cuando son impredecibles. En el contexto de las redes sociales, esto se traduce en la incertidumbre de cuándo recibiremos “me gusta” o comentarios en una publicación, o qué veremos cuando actualicemos nuestro feed, muro o timeline. Esta imprevisibilidad hace que los usuarios regresen, esperando ese próximo golpe de dopamina.
Como con todas las adicciones, el deseo por hacer algo que nos genera algún tipo de bienestar se va convirtiendo en una necesidad, y como con todas las adicciones, poco a poco aquella acción que nos generaba placer al principio, va dejando de hacerlo. Cada vez necesitamos consumir más, apostar más, o usar más aquello que nos hacía sentir bien para sentir el mismo nivel de bienestar. Y como con todas las adicciones, cuanto más avanzamos en el proceso sentimos menos placer y más malestar. Como dicen los psicólogos Juan Francisco Navas y José César Perales en su libro Trampas, “normalmente deseamos aquellos que nos produce algún tipo de placer, o nos alivia de alguna molestia, pero la adicción se caracteriza precisamente por un deseo desproporcionado por hacer algo que poco a poco ha perdido el poder de hacernos sentir bien”.
Y da lo mismo si somos más o menos inteligentes, si sabemos o no sabemos cómo funciona el mecanismo de la adicción. Además, las redes sociales invierten una cantidad ingente de dinero y usan un poder computacional enorme para conseguir que los usuarios pasen el máximo tiempo posible viendo anuncios y generando datos de uso. Es un poco ingenuo pensar que que si nosotros las usamos no nos van a afectar.
Recuerdo una alumna de 2º de la ESO que me dijo: “Si yo me aburro en TikTok, pero no puedo dejar de mirar”. Ese es el objetivo de las redes sociales, que no dejemos de mirar.
En definitiva, las redes sociales tienen un potencial adictivo muy grande porque han convertido en un arma una característca del cerebro humano y la están usando en nuestra contra para que no podamos dejar de usarlas. Es una declaración de intenciones en toda regla.

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